Un tópico muy extendido entre gran número votantes de derechas, de esos que suelen utilizar el término "liberal" para referirse a que quieren pagar menos impuestos, es que los funcionarios son ciudadanos improductivos y ociosos que viven de los impuestos que pagan los demás. No hay conversación en un bar, ni taxi que se precie, en que no se utilice al menos uno de estos argumentos para descalificar a los funcionarios. Mis amigos al menos lo hacen todo el rato. Veamos porqué en mi opinión se trata de argumentos falaces:
Los funcionarios son improductivos. Al parecer, mucha gente entiende que, para que una persona sea productiva, debe desempeñar un trabajo que no esté pagado con dinero público, sino con dinero generado por la actividad empresarial privada. Un pequeño comerciante, por ejemplo, sería productivo, mientras que un funcionario de la DGT, no. La duda es entonces cómo habría que definir a las personas que trabajan para empresas cuyo principal cliente es el estado, puesto que entonces los propios ingresos de la empresa provienen del dinero público. ¿Un empleado de ACS, por ejemplo, es o no productivo? Para salvar esta pega, podríamos incorporar el matiz de que las personas productivas son aquellas que desempeñan un trabajo que, pagado o no con dinero público, genera de forma directa o indirecta riqueza para el país. La siguiente duda, y siguiendo con el ejemplo, es cómo habría que definir a la persona que trabaja desde el Ministerio de Fomento en los mismos proyectos que el empleado de ACS. Más aún, habría que definir a qué nos referimos por "forma directa o indirecta". Del mismo modo que no tiene sentido definir al delantero de un equipo de fútbol como más productivo porque es él el que marca los goles, a mi modo de ver, en la sociedad, o en la generación de riqueza en el país, juegan un papel tan importante como el que más aquellas personas que se dedican a la educación (los ingenieros de las empresas no se forman por generación espontánea), la sanidad (tampoco las empresas se encargan de curar el cáncer a sus empleados), la seguridad (tampoco disponen las empresas de un departamento antiincendios o de su propio servicio de lucha antiterrorista), el transporte (ni las empresas facilitan una red carreteras o de trenes para desplazar sus mercancías), o tantas otras tareas fundamentales que realizan miles de personas, funcionarios o no, en nuestro país.
Los funcionarios son ociosos. A este respecto creo que los comentarios de Godofredo, médico de atención primaria en un centro de salud del sistema público, son suficientemente ilustrativos. Quizás vendría bien recordar a quienes no parecen querer darse cuenta, que no todos los funcionarios tienen uno de esos trabajos míticos que te permiten salir a tomar café, leer el periódico, salir a almorzar, salir a hacer un recado, realizar un par de llamadas personales de una hora cada una, tomar otro café, colgar el cartel de "vuelva usted mañana" ante la atónita mirada de los ciudadanos que llevan 4 horas haciendo cola para que les pongas un sello, y volver a casa antes de que empiece el primer capítulo de Los Simpsons.
Los funcionarios viven de los impuestos que pagan los demás. Como hemos visto, este razonamiento se podría aplicar también a un empleado de ACS (por poner un ejemplo), o de cualquier empresa subcontratada por ACS, o a alguien que imparte cursos subvencionados por el INEM, o a alguien contratado de forma temporal por cualquier organismo público. Sería absurdo realizar para este fin un seguimiento de quién acaba percibiendo el dinero público, como si se tratase de dinero contaminado, igual que lo sería trazar una distinción, a efectos de la pureza del dinero con que se pagan sus sueldos, entre un médico del sistema público y otro del privado, o un inspector de trabajo y un técnico en prevención de riesgos laborales. Para empezar porque todos pagamos impuestos, también los funcionarios, y todos lo hacemos en relación a nuestra renta, independientemente de que nuestro puesto de trabajo sea considerado por algunos como poco productivo. De hecho, y ya que hablamos de impuestos, es importante recordar que los funcionarios son precisamente los que, por motivos obvios, menos opciones tienen de defraudar a Hacienda. Puestos a señalar con el dedo, al menos a mí me parecería más lógico que las iras de la gente estuviesen dirigidas hacia los que no pagan lo que les corresponde, o hacia quienes ofrecen salarios de miseria o contratos basura (la Administración también hace esto, por cierto).
En mi opinión, detrás de gran parte de las críticas que tan a menudo se escuchan sobre los funcionarios hay un cierto desconocimiento (no todos se dedican a una profesión de las de "sello" y "vuelva usted mañana"), una visión un tanto peculiar de lo que significa vivir en sociedad, algunas dosis de envidia, y muy pocas ganas de pagar impuestos. Esto último lo puedo entender, aunque no lo comparto: pero en cualquier caso los funcionarios no tienen la culpa.