Escepticismo
Qué bueno Rinzewind
Hay dos cosas que no se nos enseña de pequeños: a dudar y a reconocer que no está mal equivocarse. No sé cuál de las dos cosas es más grave. En su ausencia, es muy probable que de mayores no tengamos ideas, sino ideología, que implica apego y es más difícil de cambiar. Las ideas no son entes que se puedan abrazar y arropar por las noches: son entidades abstractas. Desechables. No tengan miedo de tirarlas lejos.
Para empezar, duden. Duden de los adivinos que salen por televisión y de los profetas que hablan por la radio. A veces es fácil identificarlos: visten de forma estrafalaria y hablan con acento extraño del futuro individual, del fin del mundo, del momento en que ya no le preocupará a nadie la cuota de la hipoteca. En otras ocasiones es más difícil: visten con traje y corbata y hablan con términos técnicos del futuro global, de cambios en el sistema, de por qué debería preocuparles la cuota de la hipoteca. Unos y otros se equivocan, pero es comprensible: les pagan por estar en el aire hablando y rellenando minutos, no por acertar en sus predicciones. Pero en el fondo nos gusta escucharles: sería tan bonito vivir sin incertidumbre. No es nada cálido oír a alguien decir que tu sitio en el mundo dentro de un año, salvo caso de fuerza mayor, depende únicamente de ti. La gente cambia de canal al escuchar eso; es mucho más tranquilizador saber a ciencia cierta qué pasará la semana que viene. Aunque sea mentira
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