Religión y muerte en la España del 36
Artículo de opinión de Santos Juliá en el suplemento de Domingo de El País
En su prefacio al libro de Alfredo Mendizábal Aux origines d'une tragédie, el filósofo y teólogo francés Jacques Maritain, discutiendo desde presupuestos tomistas el carácter de guerra santa que el episcopado español había conferido a la rebelión militar y a la Guerra Civil, escribía en 1937: "Es un sacrilegio horrible masacrar a sacerdotes -aunque fueran fascistas, son ministros de Cristo- por odio a la religión; y es un sacrilegio igualmente horrible masacrar a los pobres -aunque fueran marxistas, son cuerpo de Cristo- en nombre de la religión".
(...) La clerofobia, redoblada por la iconoclastia, constituye un elemento central de la cultura política popular desde, al menos, los comienzos del Estado liberal, cuando tuvieron lugar las primeras matanzas de clérigos, las quemas de iglesias y la profanación de imágenes en Madrid y en Barcelona, un siglo antes de la gran matanza de 1936.
En lugar de celebrar esas muertes como martirios por la fe, los insaciables jerarcas católicos de nuestros días harían bien en preguntarse por las razones de ese odio secular. (...) La celebración de la matanza de obreros y campesinos en Badajoz el día de la festividad de la Asunción pertenece al mismo orden de cosas que los rituales de muerte y profanación repetidos mil veces en el verano del 36: morir por la religión, matar por la religión.
(...) una cosa es clara: por la religión se mata y se muere cuando la institución encargada de propagar la fe se ha convertido en un poder político, en una Iglesia de Estado, que impone sus creencias, su moral, sus valores, sus ritos, sus fiestas, a toda la sociedad apoyada en aparatos de Estado.
(...) En España, a la conversión del catolicismo en religión de Estado se añadió la identificación del ser católico con el ser nacional. La nación española era católica o no era. Hasta tal punto, que no decirse católico equivalía a proclamarse enemigo de España, a militar en la anti-España. Es de ayer mismo este lenguaje; tan de ayer, que todavía hoy resuenan sus ecos. Identificado con la anti-España, en una situación de guerra civil, el enemigo estaba destinado al matadero. Gomà, Pla i Deniel y todos los demás lo martilleaban una vez y otra: había que liquidar, exterminar, sajar, limpiar, depurar, cortar, barrer: un lenguaje de exclusión, un léxico de muerte.
(...) Ésta es toda la cuestión a la que la Iglesia católica española nunca se ha atrevido a mirar de frente. No que todos mataran, no que las culpas estén repartidas y que cada cual se las apañe con sus muertos. Lo terrible es que al convertir la fe católica en religión de Estado y al identificar el ser católico con la pertenencia a la nación, la Iglesia española alimentó, de una parte, un odio sagrado, una santa ira, que rompió por el eslabón más débil, contra su clero y sus imágenes, y, de otra, impregnó de sacralidad el terror que costó la vida a tantos miles de inocentes fusilados en nombre de Cristo Rey. En lugar de vestir sus mejores galas para conmemorar la efeméride, la jerarquía católica haría mejor echando ceniza sobre su cabeza por la parte que le corresponde en toda esta historia de muerte y religión.
2 comentarios
Y digo yo: si te fusilan por crímenes de guerra (como... yo qué sé, torturar) y eres sacerdote, ¿eres mártir?
Han pasado como tres meses desde que pedí por ahí que se hicieran públicas las biografías de estas personas... y nada.
Yo en este tema más que nada le pediría a la Iglesia que en vez de emprender una huída hacia adelante beatificando a "sus víctimas", se replantease si realmente se siente orgullosa de su papel en aquella historia. Y sobre todo que comprenda la hipocresía de estar criticando una ley de reconocimiento de todas las víctimas, porque supuestamente "reabre heridas" y "enfrenta a los españoles", cuando ellos llevan décadas reconociendo exclusivamente a "sus víctimas".
Interesante por otro lado el reportaje que oí el otro día en la SER: el ponente del PSOE en la llamada ley de Memoria Histórica va a asistir a la ceremonia en Roma, ya que se va a beatificar a un familiar suyo.