¿Papá estado?
Hace años que soy consciente de que la perspectiva desde la que yo me enfrento a ciertos problemas de la sociedad en que vivimos es distinta a la que tienen muchos de mis amigos. Tomando prestado el acertado símil de George Lakoff en su libro No pienses en un elefante, que relaciona los modelos de nación o sociedad con los modelos de familias, mi perspectiva encajaría con el modelo de padres educadores-protectores (figura responsable de la educación, protección y felicidad de sus hijos, con los que empatiza y a los que guía) frente al modelo de padres estrictos (figura que define reglas de conducta, disciplina, castiga y educa con firmeza a sus hijos, exigiéndoles responsabilidad para enfrentarse a un mundo competitivo y difícil en el que sólo los más fuertes tienen éxito). Si simpatizáis con el primer modelo, imaginaréis a quienes optan por el segundo como padres distantes que envían a sus hijos a un colegio privado en invierno y a Inglaterra en verano y se pasan el día sermoneando sobre lo dura que es la vida y lo mucho que hay que trabajar para ser alguien de provecho. Si simpatizáis con el segundo veréis a quienes optan por el primero como padres que viven en el país de los osos amorosos y mantienen a sus hijos en una burbuja hasta que, llegado el momento, se acaban estrellando con una realidad para la que no están preparados. La mayoría de la gente no corresponde por completo con niguno de estos dos patrones (y menos con las caricaturas que he hecho de ellos) pero sí es cierto que, en mayor o menor medida, uno de los dos será predominante.
Por poner un ejemplo, las propuestas de Sarkozy en política laboral para "primar el esfuerzo, la capacidad y el mérito" o en educación para que los alumnos "traten de usted a los profesores" coinciden perfectamente con el modelo conservador, de padres estrictos. Y se traducen en medidas como la agilización de las fórmulas de ruptura de contratos de trabajo, la supresión de la jubilación anticipada o la ampliación de la jornada laboral de 35 horas.
Por otro lado, medidas de Zapatero como la Ley de Dependencia o la de Igualdad, la recuperación de poder adquisitivo del salario mínimo o las pensiones y el aumento del gasto en becas o creación de vivienda protegida, encajan con el modelo progresista, de padres educadores-protectores.
Se trata de dos modelos que explican por qué suelo discrepar con mis amigos, y que sobre todo reflejan una realidad con la que debemos aprender a vivir en nuestra ya no tan joven democracia: los dos son perfectamente válidos. No hay una verdad absoluta para entender el papel que el estado debe jugar en nuestra sociedad. Se trata de opciones perfectamente defendibles, de preferencias y de nuestra libre elección por una u otra dependiendo de nuestras propias circunstancias y de nuestros valores morales. Mis amigos son igual de buenas personas que yo y sus ideas están basadas en convicciones morales igual de fuertes que las mías.
El debate político no sólo no debe plantearse en términos de buenos y malos (eso es infantil e inútil), sino que ni siquiera consiste en tener razón (porque eso depende de la moral desde la que uno plantee su postura). El debate consiste en explicar ambos modelos para que la sociedad pueda elegir cuál encaja mejor con sus necesidades en cada momento.
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