Encuestas, indecisos y retroalimentación
Durante las semanas previas a cualquier consulta electoral, poco más de media docena de palabras monopolizan los titulares de las noticias nacionales: campaña, candidato, mitin, slogan, encuesta, indeciso, abstención, voto…
Al final de cada legislatura (la campaña), unas personas a quienes casi nadie compraría un coche de segunda mano (los candidatos), se rodean de las únicas personas que sí se lo comprarían (en el mitin), para poder aparecer 30 segundos al día en televisión repitiendo las mismas frases (los slogans). Todo ello con la intención de mejorar sus hipotéticos resultados en los pronósticos (las encuestas), y la esperanza de que estos generen un efecto en las personas que no saben siquiera si van a votar (los indecisos) que convierta el agua (la abstención) en vino (los votos). Es lo que se conoce como retroalimentación positiva.
Algunos indecisos tienden a apuntarse al carro ganador que indican las encuestas, lo cual queda reflejado en las siguientes encuestas, con la consiguiente desmoralización de las bases del adversario… y así sucesivamente. En realidad es un poco más complicado, ya que unos resultados temporales desfavorables pueden movilizar a otros indecisos de signo contrario, produciéndose un efecto no deseado. Es lo que se conoce como retroalimentación negativa.
El problema (para los partidos políticos) es que no todos los indecisos son iguales. No hay, al contrario de lo que pudiera parecer inicialmente, un caladero uniforme de potenciales votantes esperando ser “convencidos”. Muchos de ellos simplemente pasan de la política. Otros están “decepcionados” con un partido al que han votado en el pasado, pero tampoco ven con buenos ojos al resto. Otros tienen clarísimo a qué partido no van a dar su voto ni hartos de vino, y sólo en determinadas situaciones se deciden a dárselo al que ven como un “mal menor”. Muchos votarán o no dependiendo de la importancia con que perciban cada consulta: si no, lo más probable es que acaben pasando el día en la playa.
Los partidos políticos saben todo esto, y es por ello que lo normal es que emitan dos tipos de mensajes: unos, directos, pretenden influir en los indecisos “afines”, pidiéndoles el voto; otros, indirectos, van encaminados a que aquellos que no les piensan votar se decanten al menos por la abstención, en vez de votar al rival.
En un sistema casi bipartidista como el nuestro, aquel que encuentra la fórmula mágica que despierta a sus indecisos sin movilizar a los del adversario suele ganar las elecciones.
2 comentarios
Plas plas plas!! Muy buen análisis. Es justo así. Por eso los partidos suelen tener dirigentes con el rol de poli bueno y otros con el de poli malo.
Un librito interesante sobre este tema es "El principe mediático" de Gabriel Colomé, profesor de la UAB y el que fuera asesor de Joan Clos (no sé si sigue siéndolo).