Menuda faena
Artículo de Manuel Buitrago publicado en La Verdad de Murcia el 16 de Enero de 2006.
Con Antonio León y dos o tres como él a cada lado, el problema del agua en España estaría resuelto desde hace años. Este hombre que ha tenido la virtud de saberlo todo y no presumir de nada siempre era una de las referencias obligadas en los momentos de naufragios. Cuando saltaban las alarmas por disposiciones legales, rifirrafes políticos o decisiones ministeriales que presagiaban el acabose, Antonio León sacaba ese manual del sentido común y de la lógica que siempre apuntaba al optimismo. Recomponía cualquier desastre intelectual y periodístico con una catarata de datos científicos y legales; y no le dolían prendas admitir incluso errores de su partido y del Gobierno socialista.
No apto para la trifulca diaria, sólo era capaz de ver lo bueno y positivo de las personas; y era inútil recurrir a él para echar leña al fuego. En las dos únicas ocasiones en las que le noté indignado fue cuando se produjeron las restricciones de agua en el año 2003, que Antonio León criticó duramente; y más recientemente con la actitud de sus compañeros socialistas de Castilla La Mancha atacando el Trasvase Tajo-Segura.
En el apogeo social y político a cuenta del trasvase del Ebro, y en plena travesía del desierto socialista, recuerdo los esfuerzos que hizo junto a Ramón Ortiz por explicarnos que, sin rechazar de plano aquella opción, había otras posibilidades, y que no podía simplificarse el debate en elegir blanco contra negro.
Representaba a ese puñado de eficaces gestores y profesionales vinculados a la administración pública que prefieren permanecer en un segundo plano. Tuvo la suerte a sus sesenta años de enfrentarse a un nuevo reto profesional al ser nombrado delegado del Gobierno en la Mancomunidad de los Canales del Taibilla y poner en marcha las desalinizadoras del Programa Agua. Una labor que asumió con entusiasmo junto a Isidoro Carrillo y Fuentes Zorita. No le cegaba la disciplina ni el extremismo, ya que sabía -y así lo explicaba- que aparte de las desalinizadoras hacía falta más recursos de fuera para cubrir el déficit de los regadíos. Su primer objetivo, no obstante, era asegurar los abastecimientos.
Siempre veía la solución antes que el problema cada vez que yo le pinchaba con los descalabros de la desalinizadora de San Pedro del Pinatar. Un domingo del pasado mes de mayo me invitó a la planta para probar el primer trago de agua desalinizada; un desquite por su parte que asumí gustoso. Era la víspera de la inauguración oficial y necesitaba saber que todo estaba en orden. Sufría con Isidoro Carrillo cualquier contratiempo, pero le brillaban los ojos al comprobar que aquella maquinaria se ponía por fin en marcha.
Su enfermedad, que parecía adormecida, volvió a mostrar su peor cara. Cada vez que ingresaba en el hospital lo hacía con el móvil a su lado; y cuando lo llamaba sólo para interesarme por su salud se creía en la obligación de darme alguna noticia.
Se ha dicho que facilitaba el consenso porque siempre veía una puerta abierta. Procedía del Cebas, como el consejero Antonio Cerdá y el presidente del Sindicato de Regantes, Francisco del Amor, lo cual enriquecía su perspectiva del eterno problema y le permitía limar asperezas. En fin, de las personas que dejan huella siempre conviene aprender algo. Quizás un poco de paz, menos tremendismos y que todos arrimen el hombro juntos. Aunque no caerá esa breva.
Es una faena tener que dejarlo todo cuando la cosa se pone más interesante. Le mandaremos a Antonio León el periódico todos los días, a su huerta y a su playa, para que esté al cabo de la ración diaria de agua. De paso, si puede, que haga que llueva.
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