Ni de izquierdas ni de derechas
Si me dieran medio euro cada vez que oigo a alguien autocalificarse como una persona "ni de izquierdas ni de derechas", a estas alturas podría ir al banco a cancelar mi hipoteca (eso sí, en monedas de medio euro y no en billetes de 500 como el tesorero del PP). Puedo comprender que haya una gran cantidad de españoles que no simpaticen ni con el PSOE ni con el PP, y entiendo que en muchos casos eso puede llevar a pensar que la posición correcta viene a estar más o menos en el medio. Pero, como ya he comentado en alguna otra ocasión, me parece que esa visión de la política no es más que un espejismo. Y los partidos que se dedican a intentar caer bien a esos eternos votantes potenciales corren el riesgo de perder a quienes sí les han votado.
Pongamos por ejemplo la política económica, y más concretamente las medidas que deben tomarse para que nuestra economía se recupere causando el menor daño posible a los ciudadanos. En contra de lo que muchos creen, en mi opinión no hay una única forma válida de salir de la crisis, sino varias. Para simplificar se podría decir que hay dos: una en la que el estado toma un papel principal, se aumenta la inversión pública y la regulación, se mantiene el estado del bienestar, y se pasa la factura a quienes más tienen; y otra en la que el estado se mantiene al margen, se reducen los impuestos a empresas y consumidores para reactivar la economía, se congela o reduce el estado del bienestar y se pasa la factura a quienes menos tienen. Repito que en mi opinión ninguna de las dos es más legítima que la otra: las dos son opinables y es evidente que hay una gran cantidad de ciudadanos que defiende cada una de ellas. Pero no nos equivoquemos, la salida "ni de izquierdas ni de derechas" no es una salida, es dejar las cosas como están y esperar a que las cosas se arreglen solas.
El partido en el gobierno se enfrenta a un gran reto: luchar contra la peor crisis económica internacional desde hace 80 años, sin una mayoría clara en el parlamento con la que sacar adelante las medidas que estime oportunas. Que nadie espere una reedición de los Pactos de la Moncloa, ni una tregua entre los dos grandes partidos, ni acuerdos en los temas fundamentales. Es duro, sí, pero los ciudadanos nos enfrentamos a otro reto que también me preocupa: hasta qué punto queremos que en una situación como esta el gobierno se vea obligado a tomar medidas "ni de izquierdas ni de derechas". Porque eso es precisamente lo que está ocurriendo, cuando un día se anuncia una reforma fiscal pactada con IU y al día siguiente se sacan adelante medidas diametralmente opuestas pactadas con CIU.
Entiendo que no es culpa del gobierno si la aritmética electoral les dejó a merced de los intereses de los grupos minoritarios, y que cualquier partido en su situación caería en la tentación de renunciar a un pedazo de su programa a cambio de un poco de estabilidad parlamentaria. Pero no debemos olvidar que la función del gobierno es llevar a cabo las políticas por las que fue elegido, o al menos intentarlo hasta que una moción de censura o unas elecciones anticipadas se lo lleven por delante. El juego de alianzas en el parlamento no es más que un medio, y no puede convertirse en el fin, y mucho menos en un momento en el que no caben vacilaciones. Es hora de que los asesores electorales abandonen La Moncloa y entren aquellos que estén dispuestos a hacer valer los 11 millones de votos "de izquierdas" con los que el PSOE ganó las pasadas elecciones.